miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ansiedad

Cuando te hacías amigo de alguien de chico esa amistad se consagraba cuando tu mamá te dejaba invitarlo a merendar a tu casa. Y cuando te invitaba él era lo máximo. Porque tenías el privilegio de jugar con sus cosas y te mostraba su cuarto. Siempre el cuarto de una amiga era mejor que el nuestro. Siempre.
Ahora de grande invitar a algún amigo a casa, aunque recién lo conozcas, no es tan especial. De hecho vas a la casa de gente a la que ni siquiera conoces, te llevan y vas. Ya fue.
Hoy tengo amigos que nunca vi, amigos que fueron amigos sin que los conozca y después por suerte conocí.
Tener amigos que no conozco es raro. Ya lo dije antes.
Que el otro te deje conocerlo es especial. Porque de nuevo te sentís privilegiado. O por lo menos a mi me pasa.
Pero que ese amigo conozca mi casa, por ejemplo, es tan genial.
Tengo una amiga que vive lejos, que nos vemos poco, pero que hablamos mucho. Incluso desayunamos juntas los sábados gracias a Skype.
Este fin de semana voy a su ciudad, voy a conocer todos esos lugares que forman parte de su cotidianeidad y que ella siempre nombra.
Tengo muchas ganas de verla y de formar parte de todo eso, aunque sea un ratito.
Porque somos amigas, me invitó a merendar y a jugar en su cuarto.
Y yo no doy más de alegría.

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