Olivia, un mes.

Hace un mes mamá me pasó a buscar por el estudio para ir a comprar un regalo.
Soy la que prefiere quedarse en el auto esperando, sola, que bajarse a socializar con los vendedores de un local de ropa deportiva.
Estaba yo ahí en el auto. Sola. Con mi teléfono. De repente me llama mi prima Leris. Nos habíamos visto el día anterior en su casa. La vi con su panza de ocho meses enorme y linda. No paramos de hacer planes en toda la tarde para cuando naciera Olivia.
Atiendo el teléfono y me responde riéndose. Me invita a que vaya a la clínica a conocer a Oli. Así como si nada. Me dice que Olivia había nacido un par de horas antes de llamarme. Y yo ahí, sola, en el auto. Sin entender. Sin saber qué hacer. En la otra punta de Capital.
Me empecé a reír y ella se reía conmigo. Me contó lo justo y necesario, me dijo que fuera a verla.
Mamá subió al auto y sin dudarlo nos fuimos.
No podía entender que en un ratito iba a conocer a Olivia.
La ansiedad se maximizó. El camino a la clínica se hizo largo. No podía dejar de pensar.
En eso me llega la primer foto de Oli en la sala de parto. Y ahí si, me quedé en blanco. Se me cayeron algunas lágrimas sin darme cuenta.
Era ella. Por fin.
Llegar a la clínica y ver a Leris fue un golpe de realidad. Las dos entendimos que de verdad estaba pasando. De verdad ella es mamá. Mi casi hermana mayor estaba plena y completa. Fue de los abrazos más lindos que me dieron.
Y la vi. Toda chiquita y frágil. Toda arrugada y peluda. Toda feita. Y estaba yo, ahí, mirándola, sin poder creer que sintiera toda ese amor y esa alegría.
No entendes por qué pero te dejas llevar.
Hoy, un mes después de verla todas las semanas, no puedo creer, mucho menos entender, que mi prima tuvo una hija. Una hija que amo más que a ella.
Verla cada vez más feliz de ser la mamá que es, me pone feliz.
En algún momento tuve miedo de que no fuera a ser lo mismo que antes. No eran celos, era miedo. Pero sabía que de alguna manera nuestra conexión se iba a transformar.
Y así fue, estamos más conectadas que nunca.