lunes, 1 de agosto de 2016

Gritar

Desde ayer, cuando llegamos de pasear, que con cada abrazo desde adentro mío gritaba "no te vayas".
No te vayas.
La súplica constante que no pude decir.
La necesidad de tenerlo conmigo siempre.
No te vayas.
Con el correr de las horas el grito que se me quedaba trabado en la garganta era cada vez más fuerte.
Me dolía ahí donde no podía sacarlo.
Quedate conmigo.
Llegó la hora y adentro mío era un solo grito desesperado de no me dejes.
No te vayas.
Hasta que no aguanté más y el grito se hizo lágrimas.
Quedate conmigo.
Quería gritárselo en la cara y pedirle por favor que no se vayas.
Pero se tenía que ir. No podemos cambiar nada por ahora.
Suele ser difícil pero soportable.
Hasta hoy.
Tengo un grito atragantado.
No te vayas, quedate para siempre conmigo.
Se fue.
Y el grito salió en forma de lágrimas. No podía parar.
Hasta que salí del aeropuerto y el viento frío me secó la cara de golpe.
Reaccioné y dejé de llorar.
Nos vemos en algunos días y otra vez va a estar conmigo.
Por ahora nos tenemos así, poquito pero intenso.
Esa intensidad me da ganas y aguanto.
Me banco los kilómetros.
Hasta que se quede conmigo, para siempre.

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